Sobrevolaban los aviones el decorado de Londres, giraban en círculos concéntricos hasta caer derribados por la inexperiencia sobre la hierba de la colina de Greenwich.
Era la hora cero, el punto exacto a partir del cual los humanos creemos tejer y destejer el tiempo.
Tendida en el campo, un día antes de que otro avión con mayor fortuna me trajera de vuelta a lo cotidiano, pensaba en lo vivido estos días mientras los niños corrían tras sus aviones como yo tras los sucesos ya convertidos en recuerdos.
Lamento no haber cumplido mi promesa de contaros en tiempo real mis hazañas londinenses.
De Inglaterra me traigo muchas cosas que, por suerte, no aumentan los quince kilos de peso permitidos por la compañía. Muchos megabites de fotografías, algunos libros y folletos, y sobre todo preciosos instantes que espero que no pierdan nitidez en mi memoria:
La sonrisa siempre disponible de Eileen, la voz de soprano de Alex a punto de romper los cristales, las manos de Margareth descifrando el piano; el calor de ébano de Ali, las explicaciones en español de Melanee y su encantadora confusión de géneros…
La gente de Londres, nueva Babel, encrucijada del mundo; la belleza y la armonía de la ciudad, sus calzadas pequeñas, sus edificios de mediana altura, tan humanos. Los pubs con las ventanas reventando de flores.
La fe de los que tienen fe. Los cristianos de hoy y de ayer. Canterbury, sede del primado. La cabeza de Moro tristemente olvidada en la pobre sepultura de una iglesia anglicana. El contraste de Becket en la suntuosa catedral: uno traidor, otro santo por culpa de las paradojas de la Historia. Ella misma lo pondrá en su lugar.
Lugar donde reposa la cabeza de Sto. Tomás Moro.
Capilla donde fue martirizado Sto. Tomás Becket.
Oxford y sus colleges: el Merton, de Tolkien; el Magdalen, de Lewis; el Oriel, de Newman. Y el púlpito. El púlpito de Newman en Santa María, con un letrero que reza: “En este lugar se inició el Movimiento de Oxford”.
Sta. María, iglesia de la que fue rector Newman.
Merton College.
Magdalen College.
Christ Church College, tras los pasos de Alicia… y de Harry Potter.
Tantas cosas: los parques magnánimos hasta no recordar la ciudad; las calles y plazas: Fleet Street, tan querida; Charing Cross, Notting Hill, Oxford Street; las iglesias de la Inmaculada, Brompton Oratory, St. James, junto a Spanish Place; los museos con tesoros expoliados de todas partes del mundo. ¡Ay, el Partenón!
Yo también llegué y vi, como los romanos que conquistaron estas tierras. No me pude quedar en Londinium junto al Támesis, pero me traje, sin que lo adviertan sus nativos, algo que nadie me podrá reclamar: el espíritu de la ciudad.
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