Septiembre

5 Sep

Aroma a ilusiones sin afilar, a primera borra del curso. Extraño eco de voces venideras. Y cierta suspensión en el aire de antesala del parto.

Pronto se llenará de urgencias, lo poblarán el rugir de las motos y las ruedas de los carros infantiles.

Amanece oscuro y embaucador el 1 de septiembre, con su clásico sobresalto. Melancolía de inmensa tarde de domingo, escarmiento de intentos frustrados.

Fe sincera en que aún todo es posible. Como volver -después de lo llovido- a hacer en el  «blog», con buena letra, mis palotes.

Estarse muy quieto

2 Mar

(Mi última entrada en Nuestro Tiempo)

Estarse muy quieto

Uno de los experimentos infantiles más fascinantes es la cría de gusanos de seda. Yo no sé si con los tamagotchi, los videojuegos y las muñecas que hacen de todo, la observación de la Naturaleza sigue despertando tanto interés en los niños, pero, cuando pequeña, era frecuente ir al colegio con cajas de zapatos agujereadas que albergaban unos cuantos lepidópteros blancuzcos y fofos que a la vuelta de los años me parecen un poquito repulsivos.

Constatábamos su crecimiento, los alimentábamos con hojas de morera, limpiábamos sus excrementos y, en un momento dado, nos maravillábamos viéndoles tejer unos perfectísimos capullos de seda amarillos o blancos. Ahí dentro se encerraban los gusanos unas tres semanas, dejándonos sumidos en una incertidumbre tristona que se trocaba en gozo  chillón y curioso al ver salir de ellos, lenta y torpemente, unas mariposas blancas, que ahora que soy mayor me dan bastante asco también. Aprendíamos en esos momentos dos palabras mágicas: crisálida y metamorfosis, y una enseñanza: que para convertirse en algo grande hay que ocultarse.  Luego ha habido gente, como san Juan de la Cruz, que lo ha dicho mejor y con más profundidad y alcance, pero en esos momentos nos bastaba con la Madre Naturaleza.

Me acuerdo de la experiencia de los gusanos de seda porque en ocasiones –ya adulta– siento un deseo intenso de esconderme. Y lo digo con expresión terminante: “Ahora me tengo que estar muy quieta”. Sucede en esos momentos en que la avalancha de acontecimientos o el cúmulo de contratiempos e infortunios cae con la fuerza de un alud. Es una especie de instinto de supervivencia ante el peligro que se impone por reacción de contraste: como la hibernación, la metamorfosis o el camuflaje. Al principio creí que tal impulso era cobarde, pero los capullos  de seda y las palabras de Pascal –“la desgracia de los hombres viene de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo en un aposento”– me han hecho pensar que se puede ser salmón que nada contracorriente, pero también gusano en crisálida o insecto palo.Tan fuerte es el que acomete con audacia como el que persevera con paciencia. Y quizá esta última virtud lleve consigo una buena dosis de conocimiento de las propias limitaciones. Un río no es lo mismo que un desprendimiento ni a veces tiene uno musculatura para remontar la corriente.

“Estarse muy quieto” permite recuperar las fuerzas, considerar el lugar en el que se está, lo que se ha perdido por el camino y la meta que se quiere alcanzar. Favorece un crecimiento interior como el de la ninfa que acaba en la maduración. Exteriormente parece inoperancia, pasividad, pereza incluso, y suele ir acompañado de un silencio que se puede entender como egoísta cerrazón cuando no es más que pura necesidad. Poco y mal entendemos el silencio. Un silencio es tan difícil de encontrar hoy día, que tendríamos que ponerle precio. La comunicación es tan global que ni siquiera cuando parecemos solos lo estamos realmente: siempre hay un whatsapp, un sms, un tuit, o un e-mail que nos pone en conexión obligada con los demás. Y es que también lo dice Pascal: “Nada es tan insoportable para el hombre como estar en pleno reposo, sin pasiones, sin quehacer, sin diversión”.

El silencio es a la convivencia lo que la sombra al cuadro, lo que el mismo silencio musical a la partitura: un contrapunto necesario con su valor propio. No es la nada, el vacío. Es una oportunidad de tomar aire para continuar, o para comunicar de manera no verbal cosas que la palabra no puede expresar.

No todos los silencios son iguales. Hay una gama inmensa de silencios largos y cortos, cómodos e incómodos, mudos y elocuentes, tranquilos y violentos, solitarios y compartidos. Estos últimos son los mejores. Compartir un silencio es una de las mayores muestras de confianza y de respeto. Por eso precisamente yo ahora me callo y me vuelvo a la crisálida, a “estarme muy quieta” un ratito más.

El hundimiento del Titanic

18 May

(Publicado en la revista Nuestro Tiempo)

Cuarenta años de El Padrino, diez del euro, treinta de las Malvinas, otros tantos de la muerte de Grace Kelly, el nacimiento de Juana de Arco, de Rousseau. Las efemérides nos inundan. No sé si por casualidad o porque las épocas de declive y escasez avivan el deseo y la necesidad de sumergirse para buscar en los pecios de la memoria el baúl, la caja fuerte que guarda enmohecidos recuerdos y acontecimientos con los que soñar, aprender o escarmentar. La nostalgia no tiene hueco en épocas de bonanza.

Algunos aniversarios pueden llegar a convertirse en auténticas metáforas didácticas –valgan las esdrújulas–, como el centenario del hundimiento del Titanic. Es inevitable enfrentarse a las poderosas imágenes en 3D incorporadas a la película con la que Cameron triunfó en 1997 sin sentirse interpelado y arrastrado a la tragedia. No sólo por la fuerza centrípeta de la tecnología sino por la realidad que evoca: la de un artificio descomunal construido por mano humana con la voluntad de desafiar las leyes de la naturaleza, forzado al límite de sus posibilidades, y con escasa capacidad de reacción ante una amenaza real y sorpresiva. Y sobre ese buque que se dirige sin remedio y sin posibilidades de viraje al desastre –ahí radica la esencia del drama–, tan seguros y ciegos como el barco de los sueños o el palacio flotante que los porta, pululamos ricos y pobres, ajenos y confiados, unidos en el sueño común de un futuro prometedor. ¿Es o no una imagen viva de la crisis económica que se nos avecinaba?

Hace pocos años cualquier mandatario europeo o americano podría haber firmado esta frase que el capitán del Titanic, Edward John Smith, dijo cuatro días antes de que se fuera a pique en apenas dos horas: “No puedo imaginar ninguna condición por la cual un barco actual pueda hundirse. No puedo concebir que algo vital pueda ocurrirle a este buque”. Sentencia que, hasta donde he podido saber, se acuñó en el imaginario común –con tono blasfemo– como: “A este barco no lo hunde ni Dios”, con las evocaciones babelianas que tiene y la injusticia que supone con Dios que aparece como justiciero y vengativo. En la línea de las palabras del capitán, el día antes del hundimiento el creador del gigantesco buque, Thomas Andrews, dijo a un amigo que el Titanic era “casi perfecto para lo que el cerebro humano puede hacer”. Y lo era, pero la factura humana debe ser manejada con prudencia y humildad por la mente de su creador.

Atrapada por la fuerza de las imágenes del Titanic de Cameron, traduzco sin remedio, pero también sin ánimo economicista ni historicista, que no es mi materia: el choque con el iceberg de la desconfianza de los mercados ha abierto una brecha en los fondos de la economía y todos los muebles y vajillas de nuestra sociedad de bienestar de primera clase, se han ido al traste en un pispás. Nuestro mundo flotante se ha partido en dos y todos pequeños y grandes, ricos y pobres, vamos cayendo a las aguas negras y frías de la crisis, del paro y de la miseria. Suerte tendremos si acabamos desafiando las leyes de la gravedad de esta situación, colgados de la barandilla de popa, como Jack Dawson y Rose Dewitt Bukater –personajes ficticios de la película– sin más posesión que el cuerpo serrano, la osadía, la sagacidad y la fuerza del amor.

No se le puede negar a Cameron que ha sido muy hábil al volver a llevar a los cines la misma película que ya hizo con la novedad del 3D. La reposición está resultando bien en taquilla, curioso teniendo en cuenta el elevado precio de las entradas. El aniversario, la crisis mundial, los quince años de una gran producción que sigue siendo la segunda más taquillera de la historia del cine después de Avatar –suya también por cierto– animan a la gente al cine. Como los fabricantes de municiones, como los estraperlistas en guerra, Cameron ha sabido vencer a la crisis con sus propias armas. A nosotros nos queda aprender de los errores del pasado, valorar lo auténtico y avivar el ingenio.

La edad perfecta

24 Mar

A su debido tiempo la vida te avisa. Alguien te cede el paso y se le escapa… “señora”, la crema de contorno de ojos empieza a hacerse habitual, descubres unas canas desafiantes, una noche crápula te pasa factura. Pero no haces caso. Piensas con ingenuidad: todavía queda. Sin embargo, el virus ya te ha inoculado su dosis de inquietud. Empiezas a intuir que, dentro de poco, nada volverá a ser como antes, que estás llegando al punto de no retorno. Sabes que lo que venga después no será una caída libre sino un periodo de meseta seguido de un descenso suave, apenas perceptible. Físicamente habrá comenzado la cuenta atrás. Llegado el momento, el crecimiento celular se ralentizará, las hormonas cambiarán, las grasas se instalarán en lugares insospechados…. Deberás tomarte la vida de otra manera. De hecho ya percibes los primeros síntomas y estás alerta.

Cada cumpleaños que queda te aferras a la juventud como lo haría un gato a la cornisa de un rascacielos. Comienzas a hacer cosas que antes no se te ocurrían, que incluso veías extravagantes en otros: no poner las velas en la tarta, evitar celebraciones o, en el peor de los casos, trucar la edad. Cada uno de esos aniversarios deja de ser la conmemoración festiva de un año más para convertirse en la amenaza de “un año menos”.

A tu alrededor otros ya han cruzado la frontera. Te dicen con aparente despreocupación: me siento igual que ayer, antes esto tenía más importancia, lo malo es no cumplirlos. Sonríen condescendientes y anuncian con timbre de vendedor ambulante: la mejor edad, los segundos veinte, los nuevos treinta, la época de la plenitud, de la estabilidad… Pero a ti no te seducen esos cantos de sirena. El cerco se estrecha y ves cómo sus límites amenazan con alcanzarte. Ahí está la hermandad del recuerdo: “¡Ven a la cena de la promoción! Aquellos tiempos fueron los mejores…”. El club del currículum: “Fulano se casó, tiene cuatro hijos y es director general de…” La peña de la adulación: “¡Por ti no pasa el tiempo!, ¡pareces un chiquillo!”. Discursos ajenos e inquietantes a los que respondes con una sonrisa postiza mientras piensas: “¡Es que lo soy!”.

Porque –qué curioso– cuando miras fotos antiguas te parece que los demás se han hecho mayores pero tú te ves con la misma cara de chaval. Hasta que un buen día caes en la cuenta de que tu hijo ha cumplido trece años y te sobrepasa en altura, o regresas a la Universidad por cualquier motivo y notas que los alumnos te miran con curiosidad de paleontólogo. Y en tu interior comienza a crecer la sospecha de si no será un espejismo lo que a tus ojos es tan evidente.

Asúmelo, estás llegando a la mitad del kilometraje y nadie te evitará el trago de hacer balance. Probablemente descubras que has alcanzado un buen equilibrio entre el gasto energético y la velocidad. Tu coche se encuentra en buen estado. Recorriste un largo camino. Te has desarrollado profesionalmente, has formado una familia estupenda y puede que incluso la crisis no te afecte especialmente. Estás satisfecho y tienes la conciencia tranquila. No eres George Clooney en Los descendientes. No te confíes, te asaltará un miedo cerval a perder todo lo que has alcanzado con tanto esfuerzo. O puede que te des cuenta de que no has dado la talla. Perdiste oportunidades que otros han aprovechado como la hormiga de la fábula deEsopo, tomaste decisiones erróneas que ahora lamentas, viviste peligrosamente. Notarás el regusto de la frustración y la necesidad de recuperar el tiempo dilapidado.

En cualquiera de estos casos, y en la amplia gama de matices intermedios, estás pasando por un momento crítico. Y no es mala cosa. Las crisis son síntomas de que estás vivo. No te sientas culpable ni intentes negarlo. Al fin y al cabo lo que sientes es natural. El ser humano no está hecho para envejecer. De alguna manera en su interior guarda el deseo de los nuevos cielos y la nueva tierra, donde no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor. El anhelo de la edad perfecta.

Mi culumna de opinión en el número de marzo-abril de la revista Nuestro Tiempo

Ars gratia artis

10 Feb

Nunca me ha gustado la unión entre arte y compromiso social. No sólo el secuestro de la literatura, el cine o la pintura por parte del agitprop totalitarista soviético, sino incluso la servidumbre de la cultura a causas loables. Como experimento sociológico, como método pedagógico o documento histórico, tendrá su utilidad pero no deja de parecerme una aleación imposible, un matrimonio de conveniencia de futuro incierto. Lo que me repele, creo, es la simple idea de mediatización. La existencia de un “para” que vaya más allá –que se aproveche– del disfrute visual, intelectual, o espiritual que la obra de arte produce en quien se acerca a ella. No en vano el arte es la actividad humana no útil.

Por eso, saber que el Instituto de Cinematografía y las Artes Audiovisuales, dependiente del Ministerio de Cultura de España, ha establecido una nueva calificación para las producciones cinematográficas denominada “especialmente recomendada para el fomento de la igualdad de género” me desasosiega a pesar de ser mujer, o precisamente por serlo. Tanto como las películas libres de humos, de alcohol y de sangre.

Me hace pensar, ¿qué tipo de cine se supone que fomenta la igualdad?, ¿de qué concepto de igualdad estamos hablando, de igualdad en dignidad o de lucha de clases?, ¿una película que muestre una actitud violenta como algo deleznable merecerá estar en esta categoría o en la contraria?, ¿tendremos una avalancha de productores de películas de género “género” ávidos de conseguir dinero público?

Muchas generaciones hemos crecido sin taras viendo películas de vaqueros que fumaban, bebían y disparaban a los indios; de caballeros medievales que se batían en duelo para conquistar a una dama; de adolescentes que caminaban temerariamente por el filo de la navaja. Sabíamos, por la literatura clásica, que el destinatario establece con el autor un pacto de lectura, que entiende que lo que le cuenta pertenece a otra época histórica con otra cultura, quizá menos desarrollada; que determinadas actitudes son malas pero necesarias para la catarsis, y beneficiosas, al fin, porque tratan de decisiones libres que conducen al éxito o al fracaso humano. A ninguno se nos ha ocurrido asesinar a una ancianita después de leer Crimen y castigo. La inducción al vicio no ha venido por su mera representación sino por la confusión de ideas, por la falta de cultura y la perversión publicitaria. Por ver al chico bueno y atractivo, y no al malo, actuar como un sinvergüenza.

Aparte de las calificaciones acordes con el proceso de maduración de los menores de edad y de los límites de la legislación vigente, no tiene ningún sentido aplicar una censura negativa o positiva a determinados contenidos. Habría que suprimir géneros enteros o degenerarlos. Hacer películas con vaqueros que no fumaran ni mataran indios, con damas medievales que lucharan por vengar el honor de sus caballeros. Sería ridículo y un insulto a la inteligencia del público. Tan mala es la prohibición gubernamental como su reverso paternalista en forma de premio ejemplarizante. Cuando al arte se le ponen etiquetas desde fuera –libro instructivo, película didáctica, pintura de denuncia– corre el riesgo de dejar de ser arte. La poética se transforma en perorata, la gracia en consigna.

A veces es el propio artista quien compromete su arte con causas espurias, quizá porque no es tan artista; otras, es la política la que cubre sus vergüenzas con ropajes estilísticos o busca una mente brillante que oculte su inoperancia. No digo con esto que al artista deba estar por encima del bien y del mal, que deba ser un iluminado amoral y sin conciencia que sólo se debe a su arte. Pero determinados premios y calificaciones lo convierten en incapaz de batallar con las propias armas que el arte tiene por el hecho de ser auténtico, y a nosotros incapaces de llegar por intuición o inteligencia a su hondón humano. ¿Tan difícil es hacer sencillamente buenas y verdaderas películas, arte por el arte?

Publicado en mi columna de la revista Nuestro Tiempo.

Navidades de color

22 Dic

Os dejo un pequeño relato navideño que locuté en mi comentario de COPE Sevilla de todos los meses. No han colgado el enlace, así que tendréis que ponerle la entonación debida. Tampoco tiene calidad literaria, más bien cierto aire periodístico. No, realmente no es muy bueno. Es, sencillamente, mi manera de felicitar la Navidad a los sevillanos).

Cegado por el foco de la patrullera, Yusef buscó con ansia los ojos de su mujer que envuelta en una manta al fondo del cayuco cobijaba a una criatura. En su mirada esperaba encontrar una escapatoria pues no había tiempo ni posibilidad de echarse al agua con un niño recién nacido en los brazos.

Yusef, su esposa, y los demás tripulantes fueron trasbordados. Era 18 de diciembre, la noche negra como boca de lobo y hacía frío. Los guardias civiles los cubrieron con una manta térmica brillante. Hacía ya seis días que habían salido de su tierra como tantos otros, acuciados por el hambre y la violencia que prenden el Norte de África y se ceban con los más pobres. Atrás dejaron familia, y una casa y una vaca vendidas a la mafia.

Al llegar a puerto, recibieron los primeros auxilios y alimentos de la Cruz Roja. Después fueron trasladados a un centro de acogida. El personal se esmeró en la atención de Fátima y del niño, que parecían extenuados pero fuera de peligro. En los días siguientes, los policías tomaron declaración a Yusef y a sus compatriotas, para valorar las excepciones que se salvarían de una expatriación casi segura.

Yusef sabía que la justicia divina es más poderosa que la humana, y temía más a Dios que a los hombres, pero entendía que volver, sin dinero y a merced del tirano, era sinónimo de muerte. El Señor proveerá. Él era un hombre joven, capaz, y estaba dispuesto a trabajar duro en lo que nadie quisiera. También sabía que España y Europa son más pobres y miran cada vez con menos simpatía a los inmigrantes.

——–

Desde la puerta del centro, a la espera de una condena o un indulto, Yusef ve las luces de la ciudad. Las calles están decoradas y se oye una música alegre e íntima. “-Es casi Navidad -le dicen- una de las fiestas más importantes de los cristianos”. A la entrada del puerto, bajo un árbol gigantesco, Jusef distingue una choza habitada por tres figuras. Hasta con eso se apañarían si no hubiera otra cosa.

La escena llama su atención y pregunta. –“En un establo como ese nació hace muchos siglos el Hijo de Dios, que vino a la tierra, nacido de una mujer, para salvarnos”. –“¿Y cómo permitió Dios que su hijo naciera en un lugar miserable en lugar de un palacio? –exclama Jusef horrorizado-. Si yo tuviera poder y dinero, no permitiría que mi pequeño naciera en un sitio para animales”.

–“Porque tuvieron que abandonar su casa de Nazaret para empadronarse en Belén, su lugar de origen, y no hubo sitio en la posada. Y más tarde huyeron a Egipto porque el rey Herodes buscaba al Niño para matarlo».

Jusef comprendió todo de pronto y esbozó una sonrisa ancha como el mar. ¡Esa familia era como la suya! –“¡Los cristianos creen que el Hijo de Dios fue un inmigrante! Entonces deberán tener piedad de nuestra familia. Pues, ¿qué hubiera sido del mundo si al Hijo de Dios lo hubieran repatriado?”.

Luego dio media vuelta y entró bailoteando en el centro de acogida. En la puerta un cartel grande anunciaba: “18 de diciembre. Día Internacional del Migrante”. De Yusef, de Fátima, de su hijo… y de tantos otros.

10.000 tweets por segundo

1 Dic

Cuando el corazón de Steve Jobs dejó de latir, la noticia de su muerte en Twitter alcanzó los 10.000 tweets por segundo.

En esta sociedad hiperinformada y saturada de datos, pocas noticias han alcanzado un récord mundial de atención y permanencia como la desaparición del fundador de Apple. Miles de portadas de periódicos, cabeceras de noticieros radiofónicos y televisivos; crónicas, reportajes, entrevistas, declaraciones, millones de reproducciones en Youtube. Dos meses después, sigue vivo el eco de sus palabras y de su obra. Verdaderamente Jobs -como su iPod y su iPhone- se nos metió en el bolsillo.

Los tweets de condolencia de amigos, colegas, familiares e incluso rivales se han sucedido a velocidad de neutrino: «Apple perdió a un visionario y a un genio creativo, y el mundo ha perdido a un ser humano asombroso» (Tim Cook, su sucesor en Apple). «El mundo raramente es testigo de alguien que ha causado el profundo impacto de Steve» (Bill Gates). «Steve, gracias por ser un mentor y un amigo» (Mark Zuckerberg, creador de Facebook). «Las contribuciones de Steve Jobs han hecho posible el trabajo de cada día?» (Barack Obama). Y el mejor de todos: «Steve ha muerto hoy en paz y rodeado por su familia. En su vida pública, Steve fue conocido como un visionario. En su vida privada cuidaba de su familia».

El trending topic #ThankyouSteve recogía el sentimiento de miles de trabajadores de Apple y de usuarios de la marca de la manzana en todo el mundo.

¿A quién no le gustaría que dijeran algo así de él a su muerte? Corro el serio riesgo de escribir otro obituario y convertirme en redactora de necrológicas, pero no me interesa centrarme tanto en el óbito -del que se ha escrito abundantemente- como en la reacción que ha provocado. La muerte de Jobs es una triste noticia y sin embargo ha generado un oasis de buenas vibraciones y de deseos de grandeza humana, que se agradece en medio de la mediocridad, la trapisonda y la sordidez a que nos tienen acostumbrados los telediarios.

Por fin una buena noticia. Y lo más importante, tratándose de alguien con 317 patentes a su nombre, origen de un nuevo concepto de ordenador personal, y cuyo trabajo -del que hace honor su apellido «Jobs»- ha generado miles de empleos en todo el mundo: lo bueno es rentable económicamente, genera beneficios y crea riqueza. Un ejemplo póstumo: Apple podría vender casi 30 millones de iPhones 4S en los 3 últimos meses del año.

No sólo ganan los astutos, los ambiciosos. Las buenas personas también triunfan, y, además, dejan una estela de ejemplaridad difícil de borrar y renuevan la esperanza en el futuro de la humanidad.

La vida de Jobs, al igual que la de otras grandes personalidades de ámbitos diversos, está llena de contradicciones superadas. En su discurso en la Universidad de Standford en 2005, Jobs basaba los mejores aciertos de su vida en tres aparentes fracasos: su condición de niño adoptado y las dificultades en la Universidad (lo que relaciona en su filosofía de «unir los puntos»), el despido de la empresa Apple que él mismo había fundado y el descubrimiento del cáncer. Tres momentos que podían haber significado su hundimiento personal y profesional y que, por el contrario, supusieron un cambio de inflexión.

De todo lo que se ha recogido en estos días, me quedo con tres consignas que nos ayudan a vivir:

«Comencé a preguntarme: si hoy fuese el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer hoy? Y si la respuesta era no durante demasiados días seguidos, sabía que necesitaba cambiar algo».

«La innovación es lo que distingue a un líder de los demás. Cuando se innova, se corre el riesgo de cometer errores. Es mejor admitirlo rápidamente y continuar con otra innovación».

«Tu tiempo es limitado, de modo que no lo malgastes viviendo la vida de alguien distinto. No dejes que los ruidos de las opiniones de los demás acallen tu propia voz interior. Y, lo que es más importante, ten el coraje para hacer lo que te dicen tu corazón y tu intuición».

(Columna de opinión publicada en el  número de noviembre-diciembre 2011 de la revista Nuestro Tiempo)

En el principio creó Dios el vestido

30 Sep
A pesar de las críticas del evolucionismo al relato bíblico, en el Génesis no se dice que el hombre y los animales fueran creados de la nada, como el resto de los seres, sino del polvo de la tierra.
Es revelador que el ser más mimado de Dios, el centro de la creación, hecho a su imagen y semejanza, fuera producto de resto de materia al que el Creador insufló un aliento de vida. ¿Por qué no se lució con su obra preferida haciendo alarde de su omnipotencia? Después de tanta polémica, resulta que Dios fue el artífice del evolucionismo. Donde dice polvo, escríbase mono, que tanto da.
Dios Espíritu puro ama la materia impura, dialoga con ella, se encapricha de ella, se hace Dios-hombre de barro. Vienen estas elucubraciones pseudoteológicas a propósito de la muerte repentina de Jesús del Pozo.
Veía al diseñador madrileño en una entrevista televisiva junto a un maniquí sobre el que disponía con delicadeza una tela. Aquel hombre menudo, de ojos tranquilos en los que brillaba una chispa creadora, usaba el verbo ‘modelar’ para referirse a su trabajo, y su gesto y sus palabras me transportaron al sexto día de la creación: “Diseñar es ir modelando sobre la persona -explicaba. En mi trabajo establezco un diálogo con la tela”.
Toda creación es diálogo respetuoso con la materia. Quizá, además de para explicar alegóricamente la capacidad de evolución de las cosas creadas,  Dios haya querido partir del barro para enseñar a los artistas cómo crear. Dios juega a hacer hombres con barro; el poeta juega con la palabra, el pintor con el óleo. Jesús del Pozo supo ser poeta de lo esencial, escultor de volúmenes, pintor de matices exactos. Artista total y artesano humilde.
Si se lee con detenimiento el Génesis se descubre que, además de evolucionista y primer artista, Dios fue el primer modisto. Consumado el pecado original, no se conformó con la hoja de parra que Adán y Eva se habían apañado, y que hubiera bastado para salvaguardar su pudor. Dios amaba tanto al hombre y a la mujer que, a pesar de su enfado, decidió hacerles Él mismo túnicas de piel y los vistió. Me atrevo a decir que en esto del vestido debió de pensar más en Eva que en Adán.
Para vestir a la mujer hay que conocerla y amarla. Las mujeres somos muy sensibles a la belleza y perseguimos aquella perfección original del paraíso.
En la entrevista televisiva, Jesús del Pozo explicaba sus comienzos en la moda. “Diseñaba mi propia ropa y la gente me preguntaban dónde la adquiría, por eso abrí una tienda de hombre. Luego resultó que las mujeres de aquellos hombres iban a comprar prendas pero para ellas, por eso empecé a diseñar para mujer. Como siempre, las mujeres ganando terreno” –dice con picardía.
También al principio de todo, la mujer tuvo que ganar terreno. Primero sembrando la soledad en el hombre, luego la insatisfacción de artista en Dios –entre todo lo bueno, no era bueno que faltara ella- y, en la práctica, rascando por el costado, como quien no quiere la cosa. “Se empieza por una costilla… y ya ves”, parece decir el gracejo divino. Acaba la mujer poniendo la guinda de la creación.
Jesús del Pozo conocía y amaba a la mujer, a cada mujer. “Yo quiero mucho a la mujer –decía en la entrevista- y me encanta intentar disimular si existe alguna imperfección y potenciar todo lo positivo”.  Hablaba de sus vestidos como piezas, pero siempre al servicio de la mujer. Por eso prefería los diseños puros y sencillos que no ocultaran ni disfrazaran.
Las mujeres sabemos de nuestros defectos pero queremos brillar como si fuéramos una joya única y perfecta. Parte del talento de quien nos vista consiste en mantener en relación de confidencialidad nuestras deficiencias.
Jesús del Pozo supo hacerlo durante décadas y se ganó el respeto, la admiración y la confianza de infantas, artistas y mujeres corrientes. “Lo importante es el trabajo bien hecho –decía el modisto. No trabajar por el éxito, aunque si viene,
bendito sea Dios”. Gracias, Jesús, por ese trabajo divino.
(Publicado en mi columna bimestral de la revista Nuestro Tiempo).

Murdoch, víctima del monstruo que creó

22 Jul

(Mi colaboración más reciente con la agencia Aceprensa)

Rupert Murdoch se ha convertido en carne de prensa. La aldea global sigue el reality show del magnate con estupor, escándalo y morbo. Murdoch prueba de su propia medicina, o, dicho de otro modo, es la víctima del monstruo que creó. Y es probable que en estos momentos, al cabo de su vida, se sienta como William Randolph Hearst, interpretado por Orson Welles bajo la máscara de Charles Foster Kane.

Nadie puede creer que el empresario australiano desconociera la existencia de métodos abyectos y reprobables en News of the World, hasta el extremo del espionaje de los mensajes de móvil de la joven secuestrada y asesinada Milly Dowler. Ningún dueño de medios está al margen de los sistemas que usan sus empleados, más cuando precisan una partida de gastos ingente: contrato de detectives, escuchas a través de tecnología sofisticada, etc. De poco le ha valido a Murdoch reconocer el daño infligido por el ex director Andy Coulson a cuatro mil personas espiadas, gente pública y anónima, y cerrar el semanario. La polémica está servida, pone en jaque a toda la prensa amarilla y exige depuración de responsabilidades.

Más regulación no hará más decente al periodismo, si los propios periodistas no tienen una exigencia ética más elevada

¿Estamos tocando fondo?

La reacción que la noticia ha generado en la opinión pública resulta sorprendente. Los medios de todo el mundo recogen semana tras semana noticias, análisis, columnas de opinión sobre este “género”, si puede llamarse así: sobre sus métodos, y los daños y consecuencias que tienen para las víctimas y los destinatarios. Los más optimistas ven en ello indicios de que el sensacionalismo toca fondo y los lectores y las audiencias se cansan de los formatos basura y reaccionan ante sus excrecencias. Para otros, el público tratado como masa, es manipulable tanto para el mal como para el bien, y responde a las indicaciones del regidor con sumisión. Antes tocaban aplausos, ahora pitos.

No nos engañemos, las revelaciones del periódico The Guardian están más relacionadas con el miedo al imperio mediático que con la preocupación por la ética periodística, al igual que las reacciones políticas en el Parlamento. Como dice Soledad Gallego-Díaz en El País, “la desagradable realidad es que, por mucho que digan estar escandalizados, los sucesivos Gobiernos británicos, tanto conservadores como laboristas, se han llevado estupendamente con el imperio Murdoch y que jamás les ha importado no ya que fuera en buena parte amarillo, algo casi decente, sino su deslizamiento hacia un auténtico periodismo bazofia”.

El empleo de tácticas ilícitas e incluso delictivas para obtener la información ha dejado al magnate pingües beneficios. Murdoch, domina el 40% de la prensa británica, es propietario de muchos medios en EE.UU. y Australia, y estaba a punto de adquirir el 100% de BSkyB, la principal plataforma de televisión de pago del Reino Unido, de la que ya participaba en un 39%. Su grupo incluye también diarios serios y respetados (The Wall Street JournalThe Times), pero no son estos precisamente los que más alimentan su cuenta de resultados.

No sólo los tabloides de Murdoch están aquejados de este cáncer en Gran Bretaña. El mal en la prensa anglosajona es más extenso y profundo, aunque ahora se revele con toda su crudeza y provoque rechazo lo que antes se aceptaba con placer morboso.

Hay que agradecer que la opinión pública exija responsabilidades a la prensa, a la policía y a los políticos, algo impensable en países mediterráneos. La salud de una democracia se mide en la eficacia de sus instituciones, en la capacidad de perseguir y castigar la corrupción y en una sociedad civil que rechaza la mentira.

El problema es la basura

A juzgar por los datos, el amarillismo no parece que esté tocando fondo. A los británicos, muchos de los cuales consumían información basura (News of the World tiraba tres millones de ejemplares), les ha molestado que se les mienta sobre el modo de cocinar esa basura, no la basura misma. Sin embargo, es imposible cocinar una basura cordon bleu. El problema no es únicamente de procedimientos sino de contenidos. Y quizá al final determinados contenidos solo pueden ser obtenidos con métodos poco escrupulosos. El pagar por la información o contratar detectives para espiar a famosos no parece ser una exclusiva de los medios de Murdoch. Después de todo, News of the World era solo unprimus inter pares dentro de los tabloides británicos.

La relación directamente proporcional entre incremento de información escabrosa y aumento de tiradas o de audiencias es muy golosa para los empresarios de la comunicación. En España, Tele5, adalid de la telebasura, alcanzó a TVE en el liderazgo de audiencias en el mes de mayo, con cerca de un 15%. Aunque algunas fórmulas se hayan agotado, la realidad es que el resorte del morbo, sobre todo cuando falta la creatividad y la crisis se agudiza, continúa dando resultados.

El sensacionalismo mediterráneo

En España, de forma similar a Italia y Francia, no hay prensa amarilla al estilo de los tabloides anglosajones. Hubo un tímido y fugaz intento en los años noventa con el periódicoClaro, diario de sucesos, que todo el mundo vio como heredero de El Caso.

El sensacionalismo ha encontrado su vía de contagio en España a través de las revistas y programas del corazón. Con la eclosión de las cadenas privadas de televisión han aparecido en la pequeña pantalla engendros de gran audiencia bajo la denominación popular de “programas basura” en los que participan algunos periodistas con pocos escrúpulos junto con personajes que cumplen su papel de títere, bufón o princesa del pueblo. Es el caso de SupervivientesLa Noria oSálvame o, con anterioridad, Aquí hay tomate, etc. En ellos se convierte la telerrealidad en noticia, se falta al rigor informativo, se airea sin pudor la vida íntima de los famosos, se insulta y se juega con la fama, la imagen y la honra con medios menos sofisticados que los de la prensa amarilla británica pero igual de miserables.

El recurso a la justicia, a través de denuncias y querellas, más que de escarmiento, sirve para aumentar las audiencias. Los procedimientos son largos y las posibilidades de recuperar derechos tan inmateriales y sensibles como los mencionados prácticamente nulas. Además, los ingresos por publicidad en dichos programas, compensan con creces las multas que haya que pagar. Calumnia, que algo queda… a veces mucho.

La audiencia como mercancía

El fondo del problema estriba en el concepto de audiencia que los medios tengan. Muchos olvidan que en el proceso de la comunicación, la audiencia es el receptor, el destinatario de la información. Más aún, es el poseedor del derecho a la información, el derecho a ser informado de forma veraz que se contiene en el artículo 27 de la Constitución Española. Y es el público quien deposita ese derecho en manos de los profesionales de la información para que lo satisfagan ejerciendo el deber de informar.

Si la audiencia se convierte en moneda de cambio o en mercadería, si el destinatario de la comunicación es el anunciante, en lugar del público; entonces todo vale con tal de vender. La prensa abdica de sus funciones y se convierte en tratante de ganado. Son los mass media al más puro estilo dictatorial.

El contagio de procedimientos tan beneficiosos a medios serios y rigurosos, y la tentación de rebajar los niveles de calidad o de reducir el autocontrol están a un paso.

Autorregulación y exigencia

Es conocido el rechazo que los periodistas tienen a la censura y a la regulación externa. El cuarto poder es tan peligroso como codiciable para los gobiernos, y controlarlo es un deseo que se acrecienta cuanto más lejano de la democracia está el régimen. De hecho, una de las imposiciones primeras de los gobiernos totalitarios es el control de la prensa y su uso como medio de agitación y propaganda.

Delitos como los que se han cometido en la prensa de Murdoch o abusos como los que se ven a diario en los programas basura españoles sólo contribuyen a que los otros tres poderes se replanteen la necesidad de una regulación externa, que muchas veces sólo es una excusa para sacudirse la incomodidad de una prensa que les intimida y cuestiona sus excesos.

De alguna manera hay que poner coto a las malas prácticas que lesionan la imagen del buen periodismo. Desde la profesión periodística, la autorregulación se ha visto como una solución intermedia entre la censura y la anarquía: que sean los propios medios los que impongan su código ético conforme a la deontología, la Constitución y el Código Penal. Por el momento resulta insuficiente. Junto a las normas reguladoras tradicionales, han surgido otras como la Ley General de Comunicación Audiovisual en España, que incluye la creación de un Consejo Estatal de Medios Audiovisuales con capacidad sancionadora, y que se suma a los tres consejos ya existentes en tres comunidades autónomas. Dicha ley, por el momento, ni siquiera ha sido capaz de garantizar el cumplimiento de los horarios de protección infantil. Hecha la ley, hecha la trampa.

Pero si algo enseña también la crisis británica es el fracaso de la autorregulación a través de la Press Complaints Commission, que, en teoría, debería atender las quejas del público contra tropelías de la prensa.

Debates públicos como los que vivimos a raíz del caso deNews of the World nos dan una buena oportunidad para reflexionar. Más regulación –externa o interna a la profesión– no hará más decente al periodismo, si los propios periodistas no tienen una exigencia ética más elevada, que no se reduce solo a no utilizar medios ilegales.

Junto a la existencia de normas jurídicas es preciso empeñarse en la formación de los futuros periodistas, impartiendo seriamente la ética profesional y el Derecho de la Información en las facultades. Forjar buenos profesionales con conciencia ética capaces de sobreponerse a las malas prácticas, generar una cultura de buen periodismo y llegar a dirigir los medios e incluso –por qué no– a gestionarlos. Una empresa periodística es una empresa muy particular. De la calidad de su producto depende la libertad de su destinatario y su capacidad de decidir política, social y personalmente.

Y, junto a esto, hay que colocar en el verdadero lugar al destinatario de la información, a los lectores, a las audiencias. El fortalecimiento de instancias intermedias como las asociaciones de oyentes, telespectadores y consumidores de la televisión es vital para exigir a los medios una comunicación de calidad y acorde con la madurez del público, en especial el infantil.

Todo lo que se genere en esta línea: sellos de calidad, premios a los mejores programas y profesionales, foros de debate, etc., contribuye a mostrar a directivos y empresarios preocupados por la cuenta de resultados que lo bueno vende.

Metaopinión

22 Jul

Ahora que vamos deprisa, cuesta abajo y sin frenos, ahora que estamos tan indignados con el sistema, el gobierno o la mismísima indignación, ahora que todo nos importa un pepino de Almería –lo que significa muchísimo–, vamos a no contar mentiras ni tópicos.

Una columna bimestral no se debe escribir sobre lo recurrente ni sobre lo anecdótico; sobre la política concreta ni sobre la ética universal; sobre lo contingente ni sobre lo necesario, sobre las memorias personales ni sobre las desmemorias colectivas. Si, además, se publica en una revista universitaria y cultural y sus destinatarios no se limitan a vivir en España sino que se esparcen por todo el mundo, la cosa se complica. Tanto que un columnista poco avezado puede pasarse días con el síndrome de la hoja en blanco, o peor, con el síndrome de la mente en blanco. Intenta escribir sobre la política pero descubre que no tiene nada nuevo que criticar o no es oportuno hacerlo; sobre las catástrofes naturales y no tiene nada que resolver; sobre alguna anécdota personal y no tiene nada que aportar. Y así, en medio del pánico escriturístico, acaba por dedicar su columna a la columna de opinión, convenciéndose de que es un tema.

Para escribir una columna de opinión, hay que saber escoger una materia prima lo suficientemente fresca que no caduque cuando llegue al último suscriptor, pero no tanto que no madure y resulte insípida o indigesta. Se trata de buscar una cuestión que despierte, por su familiaridad, la empatía del destinatario, pero a la que una buena cocina de autor le otorgue un sabor original que avive su interés. Para ahondar en la incoherencia, añadiré que puede escogerse un acontecimiento que perdure en el tiempo lo suficiente para crear un estado de opinión, o una temática de opinión que tenga su pulso vital, de manera que el resultado sea un trasunto de la vida misma o parte de ella.

El columnismo es un arte que convierte su lectura en un descubrimiento o una anticipación gozosa de lo que el lector hubiera dicho si hubiera tenido virtuosismo y un espacio donde mostrarlo. Esta circunstancia hace que el firmante se convierta en alguien cercano con el que buscar periódicamente la ratificación de lo intuido.

Luego está el tono. La columna puede versar sobre política, sociedad, cultura, pero tiene que ser necesariamente breve, estética y práctica. Están proscritas la obviedad, el teoricismo, la vacuidad, la pesadez, la pedantería, el narcisismo y la sensiblería. Exactamente lo contrario de este ejercicio de pseudocolumnismo.

Común a todas las columnas cualquiera que sea el medio, es el humor, la huída de enfoques agoreros y apocalípticos. Para eso ya están las últimas hojas de los periódicos. El trazo curvilíneo de una buena columna permanece en el aire como la sonrisa del gato de Alicia, y se expande en un boca a boca, bit a bit, o tuit a tuit, que resume la pregunta de siglos de escritura, lectura y difusión: ¿Has leído lo que dice hoy fulano?

No hay arma más letal contra la rutina, el cansancio, el apoltronamiento y el aprovechamiento de los poderosos. El humor, en cualquiera de sus variantes, derriba muros con más eficacia que el mortero. Las buenas columnas de opinión, lo más leído de la prensa después de la portada, la contraportada y las esquelas, despiertan, al menos, alguna de las manifestaciones del humor: la sonrisa, la ironía, la carcajada, la mordacidad no demasiado mordiente o el sarcasmo no demasiado corrosivo. Por eso hay gente que empieza a leer los periódicos por detrás. Para quedarse con buen sabor de boca, para vivir su vida al revés, de manera que empiece por el rigor de la muerte y acabe por la risa que da ese “jaimitismo” un poco desvergonzado y travieso de los chistes y las columnas de opinión. Me temo que esto tiene poca base científica pero apunto la hipótesis para los estudiosos.

Hasta aquí la metacolumna. Si no vale para representar al género, quizá sea útil a los alumnos como material de redacción periodística y como ejemplo práctico de lo que no se debe hacer.

Última columna que he publicado en la revista Nuestro Tiempo.