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El poder en las manos

17 May

(Es vergonzoso. Utilizo mi blog como mero tablón de anuncio de mis artículos. De veras que lo siento. Reincidiendo, una de las razones -quizá la fundamental- está en mi última columna de Nuestro Tiempo).

EL PODER EN LAS MANOS

Hay artilugios de la técnica casi mágicos. Ya sé que el comentario es reprochable por poco científico, pero es que desde que tengo un smartphone mi vida se ha simplificado notablemente. A las conocidas funciones de teléfono, despertador, calendario, bloc de notas, etc., que tenía en la versión anterior de mi, digámoslo, asistente electrónico ahora añado el GPS que remedia mi pésimo sentido de la orientación.
Además ya no tengo que consultar el ordenador para contestar mis e-mails, puedo hacerlo mientras me desperezo de madrugada, al  saborear un café, cuando salgo a la calle un bonito día de primavera, mientras el semáforo está en rojo -no diré si como conductor o como peatón, no sea que me multen-, en medio de una conversación tediosa -disculpa, tengo que resolver una cuestión urgente-, en los anuncios del telediario, o apagada ya la luz minutos antes de dormir. Incluso, si me he dejado activado el sonido de los correos electrónicos, puedo tener la fortuna de leerlos en plena fase REM.
Otro de los encantamientos de la tecnología es el asunto de las aplicaciones. Hay miles, y todas de gran utilidad: contador de calorías, cronómetro, cursos de inglés, diccionarios, el tiempo, frases famosas, tests de psicología, valores financieros… Te adentras en este fascinante mundo y se te pasan las horas deslizando suavemente el dígito por la pantalla, como si fuera una varita mágica, con la seguridad de que detrás del próximo toque estará la aplicación más irresistible que pronto será mía. Ya he bajado una treintena, entre ellas las de los principales periódicos del mundo, en idiomas que desconozco, pero que estoy segura de que llegaré a comprender tan fácilmente como los he descargado.
Luego están las redes sociales. Qué fascinante gozar de un día de playa, lejos del bullicio de la urbe, y pensar en tantos contactos y amigos de Facebook que esperan una actualización de estado. ¿Cómo no compartir la puesta de sol con esos pobres diablos de la ciudad, cómo no generar ese poquitín de envidia tan necesario para saberse afortunado? Ah, la conciencia cívica. Somos seres sociales.
O Twitter, para no olvidar que, también en posición horizontal, soy un ser intelectual y comunicante capaz de evocar, inspirado por el romper de las olas, una cita de La perla, de Steinbeck; Moby Dick, de Melville; Las olas o El faro, de Virginia Woolf; de generar un pensamiento sobre el devenir del tiempo, o tener un gesto solidario con las víctimas del tsunami japonés.
Abro mi correo. Tengo quince mensajes recientes sin abrir. Dos seguidores de Twitter que me suben la autoestima, tres PPS nostálgicos o cursis que me envían algunas personas queridas que aún no han captado mi aversión a ese tipo de manifestaciones de afecto, cuatro novedades de perfil de Facebook de otros tantos conocidos, tres asuntos de trabajo, dos correos de amistades y una actualización del curriculum de un colega profesional. Digo recientes porque como la mayoría no los abro por falta de tiempo y de interés se van acumulando y ya tengo en mi haber la sustanciosa cifra de 573 correos pendientes, cosa que, si bien, no me quita el sueño, me deja una vaga sensación de tarea a medias y de descuido. Algún día me tendré que dedicar a hacer limpieza. También debería poner en orden los perfiles que sigo en Twitter que al principio me interesaron, fruto del entusiasmo y la curiosidad, pero que a la vuelta de los meses se me antojan superfluos.
El microblogging, las redes, las pequeñas pantallas tienen su encanto. El móvil es el poder, el  conocimiento en las manos. Suena en mis oídos ‘El aprendiz de brujo’ en la película Fantasía y veo a Mickey Mouse, con su gorro de Merlín, dormitando, después de transmitirle vida a la escoba. Por alguna extraña razón, yo también tengo cada vez más sueño. Me cuesta leer un libro, ver una película, sentir una emoción y traducirla en palabras que ocupen más de 140 caracteres. Este mismo artículo me cuesta horrores. Pero tengo un smartphone a un tic nervioso de bolsillo. El gorro de Merlín.

Twitter: Cuando el parloteo se convierte en noticia

26 Abr

(Mi último artículo publicado en Aceprensa).

El terremoto de Japón y la fuga radiactiva de Fukushima, el rescate de los mineros chilenos, el terremoto de Haití y otros desastres internacionales de interés mundial han puesto de manifiesto el poder de las redes sociales –Twitter, en especial– como fuentes de información inmediata.

Recientemente la comunidad online Webnode publicó un infograma que comparaba el número de tweets referentes a la crisis nuclear con el avance de la nube radiactiva.

La información emitida desde esta red basada en el microblogging superaba en inmediatez y en eficacia a otros medios tradicionales, como la radio o la televisión. Pero el fenómeno no es actual. Ya en 2008 –parece mucho a la velocidad a la que avanza la tecnología-, dos años después del nacimiento de Twitter, Mike Wilson, un ciudadano como tantos, se convirtió en reportero ocasional minutos después de que el Boeing 737-5000 del vuelo 1404 del Continental en el que viajaba se estrellara en Denver (Colorado) al escribir en su smartphone: “Mierda, acabo de tener un accidente aéreo”.

Ese mismo año, el terremoto de China y los ataques terroristas en Bombay -con tweets lacónicos como «El Taj está en llamas» o “se necesita sangre en el JJ Hospital», marcarían a Twitter como un importante instrumento para comunicar, incluso como un servicio social, en situaciones de emergencia.

Y en 2009, la mejor foto del accidente de un avión en el río Hudson la hizo un twittero con su iPhone. En segundos, su cuenta fue seguida por miles de personas en todo el mundo.

Twitter, con sus 140 caracteres idóneos para crear eslóganes de campaña, se ha convertido también en un instrumento político, empleado tanto por los candidatos en sistemas democráticos como por los disidentes en sistemas dictatoriales en los que la libertad brilla por su ausencia: ha sido la voz de los sin-voz, el poder de los sin-poder, como pudimos comprobar en la revolución verde de Irán; en Cuba con el blog http://www.desdecuba.com/generacióny y el twitter asociado de su autora, Yoani Sánchez; o más recientemente con las revoluciones sociales del norte de África. Un mes antes de que se iniciaran las revueltas en Túnez, y se hicieran eco los medios de comunicación, alguien advirtió en un tweet: «cuando no hay libertad en la calle, los jóvenes la buscan en la red».

155 millones de tweets diarios

Twitter cumple cinco años y ha triplicado sus datos con respecto al año pasado: según informes de la propia empresa, se produce un promedio de 155 millones de nuevos tweets diarios entre todos sus usuarios, frente a los 50 millones de mensajes al día de 2010.

La red del pajarito azul, cuyo nombre significa literalmente gorjeo, trino, parloteo, se encuentra pues en plena apoteosis cantora. Su capacidad de comunicar y de generar comunidad la hacen idónea como herramienta para tener al corriente a los demás miembros, del mismo modo que los pájaros crean vecindad en un árbol y se dan noticia de las novedades.

Sergio M. Mahugo, periodista, twitero y profesor universitario, considera que Twitter “es información en estado puro. Y el secreto de su éxito, que la información es adictiva. Nadie en su sano juicio buscaría en Twitter reflexiones profundas ni análisis sesudos pero sí primeras impresiones, titulares, breaking news”.

Incluso, hay quien considera que la limitación de espacio y la economía de caracteres, es un ejercicio interesante para convertirse en mejor escritor, en mejor periodista.

¿Pero se puede considerar realmente información lo publicado en Twitter? (Sigue en Aceprensa).

Think before you post

6 Jun

La conocida frase de Oscar Wilde: «hay solamente una cosa en el mundo peor que el hecho de que hablen de ti, y es que no hablen de ti», viene  a cuento de tanto afán por ser famoso a costa de lo que sea, por frívolo o perverso que parezca.

No es una novedad. Aquel hombre primitivo que cazó un antílope ya quiso estampar su graffiti en las paredes de la cueva para reconocimiento de la posteridad; y en las novelas y películas policiacas el asesino deja siempre su impronta: una carta, una mariposa, algún distintivo que cause espanto y genere en la pasma la convicción de estar ante un auténtico depredador en serie que pone a prueba su pericia. Desear perpetuarse es humano. Y hablar de los demás, también. 

El hombre siempre ha estado sujeto a la opinión ajena, por hacer las cosas bien, por hacerlas mal o, independientemente del motivo, por entretenimiento de los murmuradores. Lo característico de nuestro tiempo es lo fácil que resulta que hablen de uno.

Ser famoso está al alcance de cualquiera gracias a las nuevas tecnologías, y forrarse a costa de ello también. Basta con estar presente en una red social, contar las intimidades en un reality show o mostrar alguna habilidad en público, cuanto más excéntrica mejor, y uno se convierte en famoso a secas sin mayores esfuerzos.

Cuando a los niños de antaño les preguntaban qué querían ser de mayores, contestaban: médico, profesor, sheriff o asaltante de diligencias. Con ello pensaban obtener la fama, desde luego, pero con profesionalidad. Ahora te sueltan a la tierna edad de cuatro años: “yo de mayor quiero ser famoso”. A veces los culpables son esos padres que unen a sus cortas luces el empeño por remediar la propia frustración en sus vástagos y los exhiben de sesión en sesión en el circo mediático.

Hay expertos que hablan en estos últimos tiempos del nacimiento de una nueva remesa juvenil: la generación YO, SL: enganchados a las redes sociales en las que se autopromocionan con mente  empresarial, ególatras y necesitados desesperadamente de reconocimiento. No hay más que ver la facilidad que han adquirido para hablar en público cuando hace unos años nos moríamos de la vergüenza por que nos sacaran a la pizarra. Con todas sus matizaciones y con todos los aspectos positivos que entraña la naturalidad, hay algo de inquietante en esto, y no sólo afecta a los más jóvenes.

La característica fundamental de este nuevo modo de manifestarse es la “extimidad”, la necesidad de airear la vida privada, lo que hacemos en el momento presente por insustancial que sea, lo que pensamos o lo que queremos que los demás piensen que pensamos o hacemos. Un espejismo de espontaneidad, pues no se vive del mismo modo sin espectadores que bajo la mirada voyeur o simplemente curiosa del Gran Hermano.

Lo que da verosimilitud a la vida virtual son los datos reales que aportamos, ese inmenso banco que entre todos ponemos a disposición de empresas de publicidad, extorsionadores, hackers y otras gentes de mirada aviesa.

Alerta sobre la cuestión la Campaña del National Center for Missing & Exploited Children (Centro Nacional para Niños Desaparecidos y Explotados) con el lema: “Think before you post” (piénsalo antes de publicar): una vez que cuelgas un contenido en Internet ya no lo puedes retirar. Cualquiera puede verlo, cualquiera puede conocer tu vida privada, incluso personas indeseables. El reciente caso de Marta del Castillo podría ser el de cualquiera de nosotros.

Al margen de estos peligros nada virtuales, perseguir la fama porque sí entraña el riesgo de volverse frívolo, tontorrón o cutre y los demás lo saben por mucho que aplaudan la gracia de circo. La fama ha requerido siempre un complemento para ser respetable y perdurable.

Es mejor ser famoso por ser muy bueno o por ser muy malo que serlo sin motivo. Si uno no puede destacar por santo o por sabio, que abandone el empeño de ocupar espacio en las revistas, en la tele, en la Red, o que al menos sea un demonio… como Dios manda.

 

(Siguendo con el tema de la ‘extimidad’, publico en el último número de la revista Nuestro Tiempo esta columna).

La muerte de los blogs

24 Oct

“Tener un blog es cosa del pasado”. El certificado de defunción lo firma el periodista de la revista Wired Paul Boutin y lo recoge, entre otros, 233grados, una web a la que me he enganchado recientemente.

Ya no se lleva blogguear –la blogosfera está atestada, ya no hay quien viva de esto, demasiado texto- sino facebookear, tuentitear, flickrear o twittear, que es lo más: arreglar el mundo, saludar al amigo o insultar al vecino por sólo 140 caracteres. Ciberarquitectura efímera.

En parte casi me convence. Hace un par de semanas abrí un perfil en Facebook acosada por las invitaciones y tentada por las fotos de la boda de M. (otra M.) y una vez más compruebo que hay que estar ahí. Es divertido y útil.

Pero, a mí, la sentencia de Boutin me suena a la fábula de la zorra de Esopo. Es la misma tentación que me asalta cuando me veo falta de ideas, sólo que aquí la excusa no es que las uvas están verdes sino pasas.

Lo del patio de vecinos y los encuentros fortuitos por la calle tienen su encanto; pero el cuarto de estar, con su anfitrión a veces ameno y otras poco lúcido, con su chimenea y sus contertulios, es otra cosa. Y no pocas veces encuentra uno el brillo rutilante de la palabra. Pero, claro, eso no está al alcance de cualquiera. Y en época de crisis es tan fácil dejarse arrastrar por las efímeras y centelleantes baratijas… 
Aquí, otras noticias.

(Suscribo la opinión de Enrique Dans

Forges forever

16 Oct

Es que me encanta Forges, sobre todo sus coletillas lacónicas. A mal tiempo, buena cara. Consuela saber que hay alguien que recibe menos visitas que yo…