La oficina está gélida como todas las mañanas de invierno, y no hay combate eficaz, pese a la calefacción y el ejercicio digital del teclado.
Fuera de la ventana tirita el naranjo y se estremecen los jazmines. Un mirlo posa sus patitas en la pérgola y reanuda el vuelo.
Pero, a eso de las doce, el rayo de sol atravesará exacto el cristal, sin mancharlo ni romperlo. ML lo esperará vuelta la cara y cerrados los ojos, y me asombrará de nuevo entre bromas y veras con voz de oráculo: “Ya ha llegado Dios”.
Jo, con ML.
Cuando, después de tres tiritantes horas, aparece tímidamente esa preciada fuente de calor, asomando primero como una aparición por la ventana, e inundando después nuestros modestos metros cuadrados…, ciega de calor y de luz, me digo a mí misma: si yo ni soy pastorcita, ni estoy en Fátima…. ¿¿¿estoquéesloqueé??? la agradecida conclusión ya la sabéis 😉
que bien os lo pasais en tan pequeño espacio!
Estamos bien avenidas. Y el lugar es pequeño pero tenemos vistas al exterior. En realidad es una ventana estándar pero con relación al espacio total parece ¡gigante!
Ya veo que hace lo que no hago yo, escribir.
¡Y ese mirlo anunciador!
Va por rachas y con mucho esfuerzo.
No sufras demasiado. La escritura periodística y las prisas anestesian la creatividad literaria. Pero creo que se pasa.