Me gusta el talante de Rosa Díez. Albergo la esperanza de que, con ella, llegue la redención del manido término, que no es otra cosa que el “modo o manera de ejecutar algo”.
Propiamente, no indica calificación moral el vocablo. Se puede tener buen o mal talante, pero no cabe tener talante a secas.
Rodríguez Zapatero ha conseguido lo que nadie, y hay que reconocer que eso es un logro: primero hinchó de apariencia la palabra y después la conjugó de la peor manera, que es mediante la “ejecución” en su sentido más dramático.
O sea, que, al fin, encontró su propio modo o manera de ejecutar algo… o a alguien. Y así, han ido pasando por la cuchilla, y con talante, la familia, el derecho a la vida, la identidad sexual, la libertad de enseñanza, la paz social, el orden territorial, etc.
El talante de Rosa Díez se puede llamar también temple, que en su acepción sexta del DRAE significa: “Fortaleza enérgica y valentía serena para afrontar las dificultades y los riesgos”.
Me parece bastante definitorio. Ambas virtudes le han hecho falta a Rosa, tanto para salir con la cabeza alta de un PSOE que no deja margen a la discrepancia y a la libertad, como para arrostrar la puesta en marcha de un proyecto político basado en la honradez que sea una alternativa a la bipartitocracia.
Las voces de la prudencia carnal alertan de lo descabellado de la idea pero a mí –mientras voy leyendo los fines de la Plataforma PRO y las opiniones que ha suscitado la noticia, me invade la prisa porque el embrión adquiera pronto los contornos de un verdadero partido que colme los anhelos de los ciudadanos de bien.
Y también, un secreto placer al ver el miedo a perder votos que la entrada en escena de Rosa Díez ha despertado en uno y en otro partido. Y el hecho de que Rosa Díez sea socialista.
Me daría tanto gusto votarla…
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