El carpe diem postmoderno que vivimos, con toda su apariencia de espontaneidad y vitalidad, esconde una ausencia de imaginación y una apatía por proyectar el futuro directamente proporcional a la voluntad de no tener hijos.
Cuando no hay nadie a quien dejar un mundo mejor se pierde el interés por hacer algo más que disfrutar de él ahora, si acaso un barniz de ecologismo y solidaridad que alivie la conciencia, lo cual acaba generando un hastío de vaciedad que desemboca en el aburrimiento e incluso el odio hacia la vida propia y ajena, sobre todo si no es placentera.
La familia debe ser objeto de protección de los gobiernos entre otras cosas para evitar el suicidio social.
El Papa, que lo sabe y lo dice mejor que yo, nos lo recordaba en Barcelona, cosa que también ha picado a los novios de la muerte (y no me refiero al himno de La Legión):
Desde siempre, el hogar formado por Jesús, María y José ha sido considerado como escuela de amor, oración y trabajo. Los patrocinadores de este templo querían mostrar al mundo el amor, el trabajo y el servicio vividos ante Dios, tal como los vivió la Sagrada Familia de Nazaret. Las condiciones de la vida han cambiado mucho y con ellas se ha avanzado enormemente en ámbitos técnicos, sociales y culturales.
No podemos contentarnos con estos progresos. Junto a ellos deben estar siempre los progresos morales, como la atención, protección y ayuda a la familia, ya que el amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural.
Sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad. Por eso, la Iglesia aboga por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización; para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar”.
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