Es la primera vez que me pagan en especie. Y me ha gustado la experiencia del intercambio.
Siempre digo que, si pudiera, viviría en un árbol y en la sociedad del trueque. El dinero es tan impersonal, tan insignificante en su materialidad, que parece un desprecio o una presunción. ¿Cuántos papeluchos vale el arte de un cerebro o de unas manos?
Sin embargo, qué poético no tener más remedio que elegir, por la redacción de ese artículo -que además era un resumen de otro ya publicado- entre los libros de la lista de una editorial.
Aunque pensándolo bien daba un poquito de apuro, el canje necesariamente desigual. Mi mediocre escrito, a los efectos, vale lo que el Ronald Knox, de Evelyn Waug; La intuición creadora en el arte y en la poesía, de Jacques Maritain; y Chesterton, un escritor para todos los tiempos, de Luis Ignacio Seco. ¿Cómo va a ser?
Quizá por eso me he pasado una semana esperando con ilusión e impaciencia la llegada de tan ilustres personajes.
Aun así, como corresponde a un caballero francés o inglés, no me han dejado. Y al llegar a casa después de unos días de retiro, descanso y reflexión, me aguardaban ellos detrás de la puerta, charlando amigablemente, muy educados y afectuosos, con el sombrero en la mano, y sin darse importancia.
Ah, la verdadera sabiduría, siempre tan cercana, tan humilde.
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