Por tres días fui ciudadana romana. También peregrina, pero esta vez sin planes preestablecidos, ni banderas ni grandes masas, sólo dos amigas de una asociación.
Hacía siete años que no pisaba la Ciudad Eterna. Estuve por motivos profesionales en un seminario de Comunicación y Moda, durmiendo en una casa de acogida muy cerca de la universidad donde tenía lugar el encuentro. Ahí, junto a Piazza Navona, bastaba un jergón y un portal para ser feliz y aún tuvimos la calurosa bienvenida del Padre Rocco de Il Discepoli de Don Minozzi y una habitación con baño.
Llegamos el domingo con tiempo suficiente para transitar a placer por las vías romanas y hacer casi todo lo importante. Después de la Misa en San Agostino y de una pizza en Piazza de San Apollinare dejé mi pena de no llegar al Angelus de Benedicto XVI a los pies de Juan Pablo II, junto con un cargamento de peticiones. Luego, otro tanto junto a la tumba de San Josemaría Escrivá.
La puesta de sol desde el Parioli, la silueta de los pinos y de las villas me acompaña desde entonces, y el recorte de las Giesse Gemelle en Piazza del Popolo ya en el crepúsculo, poco antes de enfilar la bulliciosa Via del Corso.
Hay otros recuerdos íntimos que pierden su gracia si los cuento aquí, entre ellos un encuentro con mi tía y mis primos italianos, a los que no veía desde hacía lustros, y otro, muy familiar, con D. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei. No se puede pedir más por menos, dinero, tiempo, condiciones…
es que no paras….¡vaya suerte!